Olvido muchos cumpleaños y se me escapan fechas que “debería” recordar. Pero cada 19 de abril me acuerdo de ti. Hoy cumplirías 89 años y, de no haberse dado todas aquellas circunstancias la noche del 29 de junio de 1967 dentro de aquel Buick Electra 225 del 66, tal vez, y digo tal vez, seguirías estando entre nosotros.
En tu accidente los tres ocupantes de delante fallecíais en el acto, mientras que los tres de tus hijos que viajaban en el asiento trasero salieron ilesos. Por eso tu muerte dio origen a lo que se conoce como “la barra Mansfield”. Es esa barra protectora que evita que los coches se (literalmente) incrusten en los bajos traseros de un trailer en caso de una colisión como la vuestra.
Quién nos dice que esa barra que después ha salvado tantas vidas no hubiera evitado que tú partieras tan pronto esa noche que Mamie Van Doren te había llamado para cubrir un show en Mississippi y desde donde te dirigías a Nueva Orleans.
Un show, por cierto, de aquellos a los que te dedicabas cuando el cine ya no era tu fuerte y que defendías con el descaro de tu voz y picardía.
Y que, qué quieres que te diga, me habría encantado ver en directo.
Cuentan que esa noche Anton LaVey, el “Papa Negro”, cortaba del periódico una foto suya, en cuyo reverso casualmente estabas tú, a la altura justa para que el corte te seccionase el cuello. Dicen de LaVey que estaba muy enfadado con Sam Brody (tu amante y abogado y que viajaba contigo en el Buick) y que lo había dejado maldito recientemente, habiéndote advertido que no viajases en coche con él.
El populacho adicto a la carnaza quiso ver en las imágenes del accidente tu cabeza cortada sobre el coche, cuando en realidad era tu peluca lo que había quedado enganchado en el parabrisas en el momento del impacto.
Llegaste a LaVey y a Brody después de ser madre por quinta vez y separarte de tu tercer marido Matt Cimber, un directorzucho de poca monta que se atrevió a maltratarte, mientras tu carrera como actriz se precipitaba cuesta abajo.
Recuerdo con fascinación tu matrimonio con el bueno y cachas de Mickey Hargitay, tu “versión masculina”. Junto a Míster Universo Hargitay el efecto Mansfield llegó al súmmum de la extravagancia.
Y así se materializó en Sunset Boulevard, donde creasteis el Pink Palace, tu palacio rosa con piscina en forma de corazón y una fuente de champán rosa, por donde dicen que aún te vieron y olieron tu perfume años después de que hubieras muerto. Cuentan que Ringo Starr fue uno de los posteriores propietarios del palacio y se empeñó en pintar las paredes para tapar el color rosa. No pudo. El rosa volvía a salir y salir.
En el año 2002 el Palacio Rosa fue demolido y, con él, mi sueño de poder ir a visitarlo.
Mickey y tú entrabais en las fiestas y otras reuniones sociales llevándote él en volandas. Juntos naufragasteis en Las Bahamas y nadasteis rodeados de tiburones hasta una isla desierta donde pasasteis dos días hasta que os encontraron.
Tres hijos y 6 años de matrimonio de, insisto, fascinante extravagancia.
Pero además de toda esa vida de alegoría rosa y frenesí, alcanzaste las mieles de tu sueño, Jayne: ser una Movie Star. Decidiste hacerte pasar por una rubia tonta de una forma brillante y te convertiste en una estrella de Hollywood. Sí, querida Mansfield, lo conseguiste, con un Globo de Oro en tus manos por “The Wayward Bus”, entre otros premios.
Fuiste protagonista en “The Girl Can’t Help It”, “Will Success Spoil Rock Hunter?” (que también protagonizaste en teatro y fue tu mayor éxito en Broadway), “Kiss Them for Me”, de Stanley Donen con Cary Grant, “Too Hot to Hadle”…. en total más de 20 películas en 12 años de carrera, teatro, televisión (Ed Sullivan, Steve Allen, Jackie Gleason), publicidad y portadas de revistas.
Dicen que haber sido portada de PlayBoy en 1955 fue lo que te abrió las puertas del cine, pero es que tú siempre jugaste muy bien tus cartas, chica lista.
En aquellos primeros castings en los que te rechazaban por ser “demasiado formal” o “mojigata” encontraste el recurso de alzar un par de tonos tu voz para hacerla más aguda y acompañar la imagen de rubia tonta que, previo teñido pelo, construiste y que tanto trabajo, fama y dinero te dio.
Y que a mí tanto me gusta.
“Buen día, mi nombre es Jayne Mansfield y quiero ser una estrella de cine”
Así te presentaste llamando a La Paramount, sentenciando alto y claro tu propósito en la vida.
Supiste hacerte ver y poner el nombre de Jayne Mansfield en boca de todos. Diste a tu imagen y a todo tu ser el alcance mediático que te propusiste, sin dejar de trabajar y ser madre.
Luciste tu espectacular escote con naturalidad, frescura y entusiasmo y creo que no he visto a nadie más en la vida hacerlo con esa alegría y libertad. Ese escote que quedó al descubierto de forma “accidental” cuando te “caíste” a la piscina en medio de una fiesta y la parte alta de tu bikini salió despedida, acaparando todas las miradas y los objetivos de los fotógrafos.

«Mira la fotografía. ¿Dónde están mis ojos? Estoy mirando fijamente sus pezones porque tengo miedo de que vayan a caer en mi plato. En mi rostro puedes ver el miedo». Sophía Loren se niega a autografiar esa foto, aunque al parecer aún se lo seguían pidiendo. Dice que es por respeto a ti.
Son muchos los que han hablado de esta foto que todo el mundo conoce, y unos dicen que en los ojos de la Loren hay envidia, otros odio, otros celos… Yo quiero creer que lo que le faltó esa noche a una de las mujeres más bellas del universo fue sentido del humor. Que era lo que tú, querida Jayne, desprendías allí donde te exhibías. Aunque no todo el mundo fuese capaz de entenderlo.
Tu forma de andar, tu forma de cantar, tu forma de posar, tu forma de exhibir tus espectaculares 102-56-89 no son los de una rubia tonta, en absoluto. Todo en ti es la expresión de una morena muy lista, con un C.I. de 163, que tenía muy claro su sueño y sacó partido del escultural cuerpo que le había dado la madre naturaleza.
Incluso cuando con tu primer marido Paul, quien os dio el apellido a ti y a tu primera hija, te mudaste a Dallas y ganabas los concursos de belleza a los que te presentabas, como Miss PhotoFlash, Miss Tomate de Texas, Miss Surtidor de Gasolina y otros a cada cual con nombres más pintorescos.
La morena natural, que en realidad se llamaba Vera Jayne Palmer, hablaba 5 idiomas y tocaba el piano y el violín, llegó a este mundo en Pensilvania el 19 de abril de 1933 para ser una movie Star, una estrella de Hollywood, una sex symbol, una leyenda. Encandiló al planeta haciéndose pasar por una rubia tonta, en un estilo personal, único e intransferible, a pesar de que siempre te pintaron como rival de Marilyn, con quien creo, sinceramente, que os parecéis como un huevo a una castaña.
Querida Jayne, hoy brindo por ti, por tu vida, por tu escote, por tu alegría y por todo lo que tu cortísima carrera ha aportado a nuestras vidas.
Viva Jayne Mansfield. Viva la morena lista.